EL ESTÓMAGO HUMANO CONVERTIDO EN TARJETA DE CRÉDITO

Cada vez es mayor el grado de concienciación en torno al daño que, tanto al medio ambiente marino como a los animales de este medio y, por derivación, en el ser humano, causa el microplástico, un elemento tremendamente abundante en el mar más allá de esas inmensas islas que en distintos océanos se han ido formando años tras año hasta convertirse en verdaderos continentes de basura plástica.
Aunque la venta de bolsas de este material se siguen vendiendo o facilitando gratuitamente en las grandes y pequeñas superficies comerciales del mundo, hay que decir que el consumo de material plástico como envases, bolsas, utensilios, etc., en el mundo occidental ha dado un pequeño paso para tratar de contribuir a regenerar nuestros mares. El propio sector pesquero da ejemplos contundentes mediante la utilización de redes de arrastre con las que recoger del mar y, especialmente de los fondos marinos, la porquería que durante décadas hemos ido vertiendo. Pescadores de otros artes e incluso submarinistas profesionales avanzan en el mismo sentido, conscientes de que el plástico, además de matar „muchas veces por asfixia„ a los peces y animales marinos ya está instalado en el cuerpo humano de una manera irreversible.
La organización ecologista WWF desarrolla una campaña que deja en evidencia el daño que el plástico causa en nosotros, los humanos: la cantidad media de microplástico que ingerimos los humanos de lunes a domingo sin darnos cuenta es el equivalente a una tarjeta de crédito. Estas partículas diminutas, aclara WWF, se encuentran en la comida, en el agua e incluso en el aire que respiramos.
Es la conclusión a la que llega la Universidad de Newcastle (Australia) en el informe Naturaleza sin plástico: evaluación de la ingesta humana de plásticos presentes en las naturaleza, que analiza la presencia de microplásticos en el cuerpo humano.
No se conoce todavía con certeza el impacto real y a largo plazo de los microplásticos en nuestra salud, pero es evidente que nosotros, como especie conectada con la naturaleza, señala WWF, no escaparemos a los efectos de la contaminación por plástico.
Ya no son solo las tortugas, los cachalotes o las aves marinas las víctimas de esta plaga. Los seres humanos estamos igualmente expuestos a esta crisis del plástico que hemos generado.
La generación de la que formo parte nació en la época del pleno uso del papel del periódico para envolver el pescado y las castañas asadas que comprábamos en los asadores callejeros, del cartucho de papel, de la botella de vidrio por la que te pagaban unos céntimos si la devolvías para ser reutilizada, de las bolsas de tela para ir a la panadería y trasladar de esta a la casa de uno el pan de cada día. Pero también hemos sido la generación del altísimo consumo del plástico, al que nos hemos entregado sin la más mínima oposición y sin barruntar el daño que, con el paso del tiempo, ese plástico iba a causar a la humanidad.
La bolsa de plástico del comercio de turno inicia su ciclo de uso en el momento en el que „ahora„ te la venden por cinco céntimos de euro y finaliza, teóricamente, en el camión del servicio de limpieza de cada ayuntamiento. Este es, precisamente y en cualquier rincón del mundo más o menos avanzado, quien más veneno plástico arroja al mar a través de sus emisarios. Y nosotros, los ciudadanos, no nos quedamos atrás en un absurdo afán de convertir los mares en inmensos estercoleros de los que nace el elemento necesario para perjudicar más y más nuestra salud: el plástico, a través de esas pequeñas partículas que no se degradan en años y que acaban por formar parte de nuestro organismo.
Si, como se dice, buena parte de nuestro ser procede del mar, ese mismo mar y por nuestra acción y omisión de responsabilidad nos está matando a plazos cada vez más cortos.
No quisiera dejar a mis hijos y nietos ese futuro de tarjetas de crédito fabricadas con materia plástica depositadas insconscientemente en sus estómagos.

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